viernes, junio 23, 2006

Ellas y yo

Y el mismo asunto se presentó en las dos oportunidades que le dieron. La curiosidad del imprevisto. Finalmente, clamó por el clamor popular y fue parte de la opinión pública, la opinión pública que gritaba a viva (muerta) voz que todos los que escucharan esa opinión pública eran unos hijos de re mil puta.
Naturalmente, las encuestadoras, medidoras de opinión, se hicieron eco de tales humores (y del tumor de Thales), pero, se sabe, el eco sólo nos trae las últimas, si no la última, de las sílabas de lo que se ha dicho. Y, en vistas de aquellas tetas, pensé: cuando se habla y se dice algo que después sobrevive brevemente en un eco, ¿se le está hablando involuntariamente al eco inminente o a la nada en la que, luego, se entromete el eco? ¿O a las tetas? Bueno, lo de las mamas, me decía violentamente la dama poseedora de las mismas, no era asunto mío. En un intento por convencerla, oscilando así los brazos y las muñecas, le dije que ¡sí! porque era ahí, precisamente, donde mi voz moría para nacer en un eco. Bueno, caballero (no empleó el término caballero, sino el de "pajero de mierda", que, por obvias razones no incluí en el texto salvo por este paréntesis de aclaración que, en rigor, sí es parte del texto, lo que finalmente traiciona mis puras e hipócritas intenciones de pulcritud literaria, pulcritud literaria que, por suerte, me meto en el orto), si usted continúa hablándome así, a los gritos, más eco se forma, y cuanto más eco se forma, más... usted sabe. Sí, lo sé, le bambolean las tetas. Y en ese instante colmado por la palabra tetas y no por otra ni otras en todo el mundo, en nada del no mundo, surgió desde el piso del lugar en el que estábamos, que no era otro que este lugar en donde estoy ahora, que sigue siendo aquel lugar en donde ella y yo estábamos, un mandarín desnudo que impartía órdenes en perfecto y obvio cantonés. Sonriendo le pregunté qué pensaba de lo que yo le estaba contestando a la mujer-tetas con estas exactas palabras: ¿Qué piensa de lo que yo le estoy contestando a la mujer-tetas? El mandarín, soberbio, parpadeando con cuatro de sus ojos, me espetó en perfecto español moderno: "sólo comprendo francés canadiense".
Grité la palabra guillotina con estas exactas palabras: ¡Guillotina!
Y caí degollado no sin antes morirme.

1 Comments:

Blogger Esteban said...

Es que, la verdad, que los franceses no se lavan la entrepierna, y por eso parecen chinos. Si yo tuviera tetas, las bambolearia.
Feliz espacio virtual!

4:21 p. m.  

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