domingo, noviembre 11, 2007



Yo deseé la muerte de papá. Uno necesita de una muerte densa, trascendente. Para prepararse para la propia. En el instante en que me dijeron tu papá tiene cáncer, hay metástasis, etc., enfilé la proa hacia la muerte. Hacia la muerte de todos.Comencé a vivir en la muerte, a conocerla, intimé con ella. Para poder llegar a la adultez, voy matando a papá día a día. Él se suicidó un poco también. Pero no por héroe. Por cobarde.

La muerte, qué cosa… El asunto más importante en la vida de muchos. Por dónde empezar. Pues, por vivir no está mal. Hablar de la muerte, hablar con ella. Espiarla, seducirla de reojo. Verla menearse por los pasillos. Por dentro. Ver cómo nos va consumiendo, cómo nos vence muy delicadamente. Es sensual la hija de puta, es atractiva, es excitante. Duerme con nosotros. Nos despierta. Nos escolta todos los días.

Hay gente que se desespera ante la muerte y otra gente que se desespera ante la idea de que va a morir ignorando la mayor parte de los secretos de este mundo. Ese anhelo de erudición. Inútil. Información hueca. Yo soy de los primeros.

Las dos cosas son inevitables. ¿Por qué no negociar? Yo trocaría la sabiduría permanentemente inacabada por la inmortalidad. Es negocio porque es muy difícil ser inmortal sin adquirir progresivamente ciertos niveles de sabiduría. Nunca se llega a ser sabio, es cierto. Pero esa es la parte del negocio en la que nos tocaría ceder. Además, siendo mortal uno tampoco alcanza sabiduría alguna. En verdad, es tal el negocio, tan estimable y rica nuestra ganancia, que nos es vedada esa libertad de empresa.

De todas formas, la humanidad anhela el éxito sobre la sabiduría. Es una opción; la sabiduría no es mejor o peor que nada. Es una trinchera, una bandera, una credencial de poder.

Yo tengo la esperanza de que llegará el día en que anhele morir. Deseo cansarme de mí mismo, de convivir conmigo todos los días; espero hartarme de lo que ahora apenas me molesta, o hasta me parece simpático. Aspiro a darme asco al verme en el espejo.

En el tren se teje cierta metáfora.

Al llegar a Retiro, del lado de adentro, se ve a la gente, con esas jetas cansinas y bobas, esperando el tren que nos trae, que es el que los lleva a ellos (¿a dónde irán?). Ellos nos miran desde el andén, en filita, con el único anhelo de subir al tren y ganar un asiento, son capaces de degollarte en la carrera. Desde afuera, los que llegamos, parecemos vaquitas; y los que esperan: peces, infrahumanos, andrajos de lo que alguna vez aparentó ser una especie prometedora.

La diferencia radica en que nosotros ya llegamos, ya estamos en destino y a ellos les falta subir al tren, ganar el asiento, hacer todo el viaje y llegar. Ellos nos detestan por eso, nos aborrecen. Nos envidian. Saben que tarde o temprano los roles se invierten pero todos vivimos del odio.

Después de eso viene el subte. Y sucede lo mismo.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Pertenezco a esa categoría de desesperados ante la idea de morir. Pero intuyo que la vida prepara... No veo a los viejos con mi desesperación. Y curiosamente disfrutan con la visita al cementerio y lo incluyen en la rutina. Anhelo eso, che.
Ah, y hay gente que ni viviendo una eternindad alcanzaría algún grado de refinación.

9:04 p. m.  

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