sábado, diciembre 01, 2007

La nada que viene

Hoy mamá me preguntó cuáles eran mis planes para el año que viene, mis proyectos. Me contuve de demolerle los dientes a patadas. Qué sé yo cuáles son mis planes. No tengo la menor idea. El futuro me aterra, la idea de futuro me vence. Hay que darle un crédito a mi vieja. Otras madres te preguntan (inquieren) qué vas a hacer de tu vida. La mía limitó un poco la pretensión. O elevó el mínimo no imponible, si les parece. De todas maneras, me desesperó. Indudablemente, es un mambo mío. Pero aun así, me cayó como el culo que en este momento (a las 2 de la tarde y en este momento de mi vida lamentable) me preguntara una cosa así.
Pero está bien, pobre vieja. Yo sé que me quiere de algún modo. Todos queremos de algún modo. A los que queremos. Como podemos. Hay días en los que no queremos a nadie. Y hay días en que odiamos. Hay días en los que odiamos a los que queremos. Y hay días en que no pasa nada. Nada sucede. El mundo nos atraviesa sin mucho. Nosotros y él. Él y nosotros. Pura soledad. Puro dolor. Yo tengo semanas en las que veo a todo el mundo, me junto a comer, a tomar whisky, a fumar, a escuchar discos. Y todo eso con ganas, con amor de por medio. Y hay semanas en las que lo hago sin deseo. Y hay semanas en las que no hago nada con nadie; siento como si nada ni nadie existiera. Parece un ejercicio pero no lo es. Simplemente siento que no hay nada más. Puede ser que a papá le sucediera algo parecido en sus últimos momentos. Y justo se muere.
Una vez, minutos después de su última operación, se despertó. Estaba lleno de cables, aparatos, agujas, vendas, máscaras, tubos en la graganta y mangueras en la pija para que pudiera mear... Se despertó y se vio a sí mismo. Se vio muerto. Nunca vi una exprexión semejante. Por primera vez en mi vida vi el miedo. La cara de papi era el miedo. Desde ese día no sé cómo volver. Ese olor. Su vida yéndose minuto a minuto. Lo despedía todos los días. Era el olor a muerte. Yo la vi. Yo estuve con la muerte de papá. Cada tanto viene y charlamos. A veces pareciera que me pide perdón, como si intentara explicarme, como si quisiera racionalizar conmigo. Justificación. No estoy enojado con ella. Está bien. No hay rencor. Creo que no se puede sentir rencor en el dolor. O por lo menos en mi dolor. En mi forma de doler. Pero la muerte no huele mal en sí. La muerte es como el sol. Qué culpa tiene la tipa. Qué tiene que ver la muerte con la cultura. Con nuestra conciencia y nuetro inconsciente. El sol va y viene. Y ni siquiera eso. Nosotros vamos y venimos. El quía está ahí, me atrevo a decir, estático. Si desmenuza la capa de ozono, mala leche, qué culpa tiene. Con la muerte es lo mismo. Los animales no se hacen tanto problema. Tanto la muerte como el sol, alivian, dan respiro. Permiten la vida. Pero hasta ahí. La permiten. Nosotros solitos la hacemos mierda. Como hacemos mierda el mundo y lo que somos con él.
Y a todo esto, qué culpa tiene la vieja. Mi pobre viejita, mi madrecita. Qué culpa tiene. Sólo quiere saber qué voy a hacer el año que viene. Yo la saqué cagando.
Perdón, mamá. Qué culpa tengo yo si lo único que anhelo es llorar.