jueves, julio 27, 2006

al borrego...

difundo la muerte que es ahora, mi amigo. Difundo mi cuenta regresiva. Cortázar dijo que el amor es pura reincidencia... Yo rumio que la vida no es otra cosa que una cuenta regresiva. El número por el que empecemos no importa, el fin es en cero (o cualquier signo de ausencia, de negación absoluta) y es ineluctable. La acción es lo que entre en el medio. Pero no estoy triste. Estoy enojado.
Un abrazo entrañable y a gusto, don Borrego.

lunes, julio 24, 2006

Primer ojo

Como no tengo esa claraboya por la que estoy mirando es palpable pensar que no estoy mirando o que mi ceguera son ustedes y todo aquello no hay esto sólo un yo que no es mirado y es coloreado por el viento un rayo frío en llamas grises en llamas tiesas bailan diacronía hmm berp tramas remisas ramas precisas crick crick se astilla el cartílago es soy presa de adentro hacia afuera por mí pie arriba pie abajo sube bajando despacio poquita nieve se desmenuza pie que cae cae advierte escupe pavesas niñas pie casi sensato ya amenaza no claudica sentencia pie libre que azota y recluye pie muerto muerto muerto.

martes, julio 11, 2006


No fue preso de la locura. La locura era su percepción. Presos de la locura son los encerrados en loqueros, en esas cárceles siniestras. Porque, como dice Artaud, los locos poseen una determinada concepción de la realidad. Eso es todo. Y los directores de asilos de locos, así los llama, sólo gozan de la superioridad que les da la fuerza.
También vomitó el poeta francés que ciertos locos ofrecen manifestaciones realmente geniales. Darle cuerpo a la frase anterior: Syd Barrett. Ahora música. Ahora poesía.
Le deseo alas y espejos negros en su nueva adaptación inconciente a todas las realidades posibles e imposibles desde todos los ángulos inimaginables.

"Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan".

(Alejandra Pizarnik)

sábado, julio 08, 2006

Ella índice de ella en mí

Tizne
Crines de ella
Mármoles
Fiestas
Fieras
Ella mira no mira
Finge
Estrangula
Perversa
No de mí
Para cuando se desangre
Todo lo es
Ella tortura
Con pausa entre ella y tortura
Ella tortura
Todo lo es
Para cuando se desangre
No de mí
Perversa
Estrangula
Finge
Ella mira no mira
Fieras
Fiestas
Mármoles
Crines de ella
Tizne
Imposible
ella

miércoles, julio 05, 2006

FRÍOS OJOS

Eres muerta
Lloras partidas en tu contorsión hay un color de espumas
Miras hacia un regreso
A él una bruma sangrante un espasmo
Click
Ni alma
Pero antes tu lengua se fuga
Yo me asomo a tu brocal
Mierda para ahuyentar moscas
Última mirada rasante
Click

domingo, julio 02, 2006

... un cuento en ocasión gris

Parecerá una alegoría de lo que nos sucedió en Alemania. Pero no. Es cierto, eso sí, que no publiqué este cuento en el blog antes del partido por miedo a que su temática, precisamente, fuera el destino de nuestra selección; pero, ahora, que las lágrimas... no, no se han secado y enjugar una de ellas es machetearle el sendero a otra y así. Pero ahora, decía, que nos perdimos el Mundial, lo publico sin temor a represalias metafísicas. Un abrazo a todos.

El retiro

Y ahora nada. Era algo evidente, innegable pero también indecible. Es que nadie se animaba a mencionar el tema delante de él; podría ser fatal. Pero ahora algo le laceraba el pecho y le derretía los ojos. Ahí, sentado en el banco largo, solo, sentía esa verdad como una indigestión brutal. Era una verdad que latía dentro de él intentando salir para envolverlo con tentáculos y ventosas. La puta que duele, eh. Ahora nada. La transpiración que se deslizaba por su cuerpo parecía cortarle la piel como un ácido.
Lo de aquella tarde había sido lamentable y, a esa altura, no se podía evitar la realidad. La cosa era irreductible y no había vuelta atrás. El vapor, que todavía daba vueltas, parecía la bruma caliente de un sueño revelador. Con el índice y el pulgar de la mano izquierda se arrancaba la pielcita del meñique de la mano derecha; y la transpiración le ardía en la pequeña herida. Duele, la puta que duele. Pero no el dedito ese, duele la verdad, esta verdad. Sí, –pensó- lo de hoy se veía venir. Pero qué se veía venir, chabón, esto viene pasando hace mil años, ¡date cuenta! –se respondió a sí mismo repentinamente enfurecido.
Y tenía razón, había sido una vergüenza y una pena que abochornó a todos. Casi lloraron. Porque se lo había estado justificando los últimos años de mil maneras, desde todos los puntos de vista. Pero cuando se oprime una verdad, tarde o temprano, de un modo u otro, sale y chorrea a todos. Y esa tarde había ido salpicando de a poquito y, en el comienzo de la segunda parte, era una tempestad incontrolable.
Le había llegado la hora, la consabida hora. Estuvo sentado un rato largo, apenas respirando. Imaginaba lo que vendría: asedios y preguntas redundantes. El calor del lugar empezaba a menguar y el vapor se diluía despacio. Era el sueño apagándose y devolviéndole la conciencia. Estiró los mocos que le asomaban y los saboreó en la garganta. Pero no escupió. Lo llegaba a agarrar don Victorio y lo mataba; con la lengua se lo hacía limpiar.
El viejo Victorio era el único que, por lo menos, no le ocultaba la verdad con tanto fingimiento como los demás. Era un tipo bastante sincero: un tano de los de antes, solía autoproclamarse el viejo. Antes de que él entrara, don Victorio le hacía una seña para que se acercara y él ya sabía lo que le iba decir. Que cuidado con esto, que cuidado con lo otro, que la cintura se quiebra así, que hay que volver antes, que hay que ir más por abajo, que no faltes tanto al “físico”, que sirve tanto como la técnica. Era exasperante pero también era sabio. Un tano de los de antes.
Tenía razón. El viejo siempre tuvo razón. Cada parpadeo era largo, mantenía uno o dos segundos cerrados los ojos, como si en ese lapso meditara la cosa un poco más, como si le fuera a encontrar una vuelta nueva, otro ribete. No hay salvación acá, macho. Cuando pasa, pasa. Punto. Pero no se entristeció, se despertó. Era como levantarse a las tres de la tarde y darse cuenta de que se había perdido el día. Sintió que el mundo lo miraba y le decía sí, es así nomás, pasa que vos dormías. Pero te queremos igual.
Alzó la cabeza y miró el techo. Respiró hondo y suspiró dejando salir un poco de coraje; se levantó apoyando las manos en los muslos para impulsarse mejor y agarró la toalla que colgaba de la puerta de su casillero. En esta puerta vieja vio su foto vieja. Era una foto a color de las primeras que publicaban los diarios, con la imagen imprecisa y sucia. Era él volando y dominando la pelota entre dos marcadores. Hacía añares que no hacía algo así. Pero no se entristeció.
Al día siguiente, lunes 25 de mayo, Huguito el “Polaco” Horowitz se retiró para siempre del fútbol argentino.

Mera