Parecerá una alegoría de lo que nos sucedió en Alemania. Pero no. Es cierto, eso sí, que no publiqué este cuento en el blog antes del partido por miedo a que su temática, precisamente, fuera el destino de nuestra selección; pero, ahora, que las lágrimas... no, no se han secado y enjugar una de ellas es machetearle el sendero a otra y así. Pero ahora, decía, que nos perdimos el Mundial, lo publico sin temor a represalias metafísicas. Un abrazo a todos.
El retiro
Y ahora nada. Era algo evidente, innegable pero también indecible. Es que nadie se animaba a mencionar el tema delante de él; podría ser fatal. Pero ahora algo le laceraba el pecho y le derretía los ojos. Ahí, sentado en el banco largo, solo, sentía esa verdad como una indigestión brutal. Era una verdad que latía dentro de él intentando salir para envolverlo con tentáculos y ventosas. La puta que duele, eh. Ahora nada. La transpiración que se deslizaba por su cuerpo parecía cortarle la piel como un ácido.
Lo de aquella tarde había sido lamentable y, a esa altura, no se podía evitar la realidad. La cosa era irreductible y no había vuelta atrás. El vapor, que todavía daba vueltas, parecía la bruma caliente de un sueño revelador. Con el índice y el pulgar de la mano izquierda se arrancaba la pielcita del meñique de la mano derecha; y la transpiración le ardía en la pequeña herida. Duele, la puta que duele. Pero no el dedito ese, duele la verdad, esta verdad. Sí, –pensó- lo de hoy se veía venir. Pero qué se veía venir, chabón, esto viene pasando hace mil años, ¡date cuenta! –se respondió a sí mismo repentinamente enfurecido.
Y tenía razón, había sido una vergüenza y una pena que abochornó a todos. Casi lloraron. Porque se lo había estado justificando los últimos años de mil maneras, desde todos los puntos de vista. Pero cuando se oprime una verdad, tarde o temprano, de un modo u otro, sale y chorrea a todos. Y esa tarde había ido salpicando de a poquito y, en el comienzo de la segunda parte, era una tempestad incontrolable.
Le había llegado la hora, la consabida hora. Estuvo sentado un rato largo, apenas respirando. Imaginaba lo que vendría: asedios y preguntas redundantes. El calor del lugar empezaba a menguar y el vapor se diluía despacio. Era el sueño apagándose y devolviéndole la conciencia. Estiró los mocos que le asomaban y los saboreó en la garganta. Pero no escupió. Lo llegaba a agarrar don Victorio y lo mataba; con la lengua se lo hacía limpiar.
El viejo Victorio era el único que, por lo menos, no le ocultaba la verdad con tanto fingimiento como los demás. Era un tipo bastante sincero: un tano de los de antes, solía autoproclamarse el viejo. Antes de que él entrara, don Victorio le hacía una seña para que se acercara y él ya sabía lo que le iba decir. Que cuidado con esto, que cuidado con lo otro, que la cintura se quiebra así, que hay que volver antes, que hay que ir más por abajo, que no faltes tanto al “físico”, que sirve tanto como la técnica. Era exasperante pero también era sabio. Un tano de los de antes.
Tenía razón. El viejo siempre tuvo razón. Cada parpadeo era largo, mantenía uno o dos segundos cerrados los ojos, como si en ese lapso meditara la cosa un poco más, como si le fuera a encontrar una vuelta nueva, otro ribete. No hay salvación acá, macho. Cuando pasa, pasa. Punto. Pero no se entristeció, se despertó. Era como levantarse a las tres de la tarde y darse cuenta de que se había perdido el día. Sintió que el mundo lo miraba y le decía sí, es así nomás, pasa que vos dormías. Pero te queremos igual.
Alzó la cabeza y miró el techo. Respiró hondo y suspiró dejando salir un poco de coraje; se levantó apoyando las manos en los muslos para impulsarse mejor y agarró la toalla que colgaba de la puerta de su casillero. En esta puerta vieja vio su foto vieja. Era una foto a color de las primeras que publicaban los diarios, con la imagen imprecisa y sucia. Era él volando y dominando la pelota entre dos marcadores. Hacía añares que no hacía algo así. Pero no se entristeció.
Al día siguiente, lunes 25 de mayo, Huguito el “Polaco” Horowitz se retiró para siempre del fútbol argentino.
Mera