Un renacimiento
es necesidad de escribir, de pensar hacia afuera. Porque hay experiencias que superan la capacidad de la introspección. Y hay experiencias que superan la capacidad humana, esto es, la capacidad de sentir, de percibir y de pensar. En nuestra naturaleza está la tendencia al cambio. A la contradicción. A las metamorfosis traumáticas. Algunas de ellas son en algún sentido positivas. Otras, letales. Pero lo seguro es que las experiencias y las intensidades (por lo que vale la pena vivir) dejan surcos en donde uno, después, vierte el resultado de lo vivido.
Quiero decir, uno es otro después de profundos sucesos y eventos. Pero algunos verdaderamente nos transfiguran. Nos hacen renacer. Sentimos que nos arrancaron los ojos y nos colocaron otros que miran otras cosas, desde otros ángulos, desde otras realidades.
Y en la realidad que creemos realidad, vemos muchas más realidades (más reales o mejores, más dulces y más intensas); o puede suceder que descartamos la realidad que creíamos real y elegimos percibir otra, por fuera, no dentro de la realidad objetiva que nos ofrece nuestro mundo y nuestra cultura.
La ruptura en la cultura es una forma de edificar nuevas realidades, realidades que nos hacen conscientes de otras cosas, de nuevas cosas, de las cosas que la otra realidad nos ocultaba o nos obligaba a aceptar como la objetividad de un mundo miserable. Porque podríamos decir, casi en definitiva, que la cultura es una forma de engaño, de ceguera o de drogadicción. Naturalizamos situaciones y formas de vida que son cruentas, injustas y destructivas. Y la cultura actúa como una forma legítima y cotidiana de autodestrucción. La interiorizamos como tomamos un remedio que, en lugar de curarnos, nos mata poco a poco, y nos lo proporciona el enemigo. Disfrazado.
Pero hay otra cultura. U otra forma de ver, un ver por las hendijas, por los resquicios de la cultura-engaño. Hay otras formas de sentir. Hay intensidades en lugares adonde otros nunca van. Porque hay intensidades falsas o decoradas, forzadas, no auténticas, amasadas en el engaño, espectacularizadas, para algunos que (a veces ingenuamente, a veces por comodidad o pereza) sienten rápido, que ven con un solo sentido, que ven pasar las vidas y todo lo suyo por un solo cauce, cerca de ellos, fácil de percibir. Rápida, precozmente eyaculado. En flashes caóticos y livianos, a veces sinsentidos descartables, inservibles.
Pero, decía, hay otros lugares, otros seres que comparten nuestra forma de sentir, de pensar, de ver lo otro y a los otros. Hay otras expresiones. Hay otras fromas de amalgamar a ciertos seres (no superiores) diferentes. Otros ojos, otros nervios, otras sensibilidades. Hay reflexiones que van por otros costados y hasta por otras dimensiones, por otras realidades. Sí, puede suceder que se sienta la tortura de esta realidad desde otra realidad, desde ese otro lugar, desde esa otra sensibilidad. Entonces el acto es muy distinto. El grito es fuerte, es sensible, es puro y sincero. Es un grito claro, honesto, no un alarido descarnado que se queda agazapado en una reacción instantánea, satisfecho por una tarea que, en rigor, nunca cumplió. Por eso elijo otra forma de sentir, no sólo de pensar.
Sentir es mucho. Sentir las ideas, las vidas ajenas (que no son tan ajenas, corrijo: que no nos son ajenas, no hay vida humana que nos pueda ser ajena como no nos puede ser ajena la muerte), las sensibilidades de los otros, los ojos, los dolores y los júbilos, los placeres, las múltiples caras, la maldad y la bondad en un mismo cuerpo, los espacios y puentes que unen y separan -espacios que unen, puentes que separan-, los silencios, las palabras enriquecedoras y las palabras intrusas y malignas que resquebrajan el silencio por donde pasa la realidad y nuestra unión. Sentir que somos parte de nuestro propio todo, sentir lo que otros rechazan y sentirlo desde los lugares que otros no eligen, al ritmo que otros no eligen. Sentir cómo pensamos, en lugar de pensar tanto acerca de cómo pensamos. Vernos en los otros, más nítidamente. Ofercernos como espejo. Sentir es mucho.
Constatar que sentimos y percibimos la realidad aparente de la cultura aparente desde otras consciencias... tengo que detenerme. Me doy cuenta de que las palabras y sus significados infinitesimales no dan abasto. No puede explicarse con palabras, signos, símbolos e índices de la precaria sensibilidad de la "única" realidad objetiva impuesta, lo que se siente de mil maneras diferentes desde miles de intensidades/ángulos diferentes.
Es casi imposible explicar lo que no tiene explicación racional, lo que es pura alma, pura intensidad. Lo que es tan humano que asusta. Porque ser tan humano atemoriza a los autómatas.
El arte que nos hace otros, que nos pare nuevamente es algo demasiado sacro como para intentar explicarlo. Yo lo hice y en tantas líneas no logré nada. Pero me siento mejorado, estimulado a ser mejor. Siento más. Percibo desde esos otros lugarcitos. Se trata de una felicidad tan mágica, tan incontenible, tan de otro y de este mundo que es necesario sentir mucho para poder comprender.
El sábado pasado sentí para siempre lo que nunca podría haber sentido en las sendas "normales". En mí se abrieron otros... No puedo explicarlo. Además tengo que empezar a conocerme de nuevo. ¡A vivir en tantos lugares y de tantas formas!