jueves, noviembre 29, 2007

últimamente alucino el olor de la clínica en la que murió papá

A mí
a mí
siempre
a mí
me devoran
los lobos.

domingo, noviembre 11, 2007



Yo deseé la muerte de papá. Uno necesita de una muerte densa, trascendente. Para prepararse para la propia. En el instante en que me dijeron tu papá tiene cáncer, hay metástasis, etc., enfilé la proa hacia la muerte. Hacia la muerte de todos.Comencé a vivir en la muerte, a conocerla, intimé con ella. Para poder llegar a la adultez, voy matando a papá día a día. Él se suicidó un poco también. Pero no por héroe. Por cobarde.

La muerte, qué cosa… El asunto más importante en la vida de muchos. Por dónde empezar. Pues, por vivir no está mal. Hablar de la muerte, hablar con ella. Espiarla, seducirla de reojo. Verla menearse por los pasillos. Por dentro. Ver cómo nos va consumiendo, cómo nos vence muy delicadamente. Es sensual la hija de puta, es atractiva, es excitante. Duerme con nosotros. Nos despierta. Nos escolta todos los días.

Hay gente que se desespera ante la muerte y otra gente que se desespera ante la idea de que va a morir ignorando la mayor parte de los secretos de este mundo. Ese anhelo de erudición. Inútil. Información hueca. Yo soy de los primeros.

Las dos cosas son inevitables. ¿Por qué no negociar? Yo trocaría la sabiduría permanentemente inacabada por la inmortalidad. Es negocio porque es muy difícil ser inmortal sin adquirir progresivamente ciertos niveles de sabiduría. Nunca se llega a ser sabio, es cierto. Pero esa es la parte del negocio en la que nos tocaría ceder. Además, siendo mortal uno tampoco alcanza sabiduría alguna. En verdad, es tal el negocio, tan estimable y rica nuestra ganancia, que nos es vedada esa libertad de empresa.

De todas formas, la humanidad anhela el éxito sobre la sabiduría. Es una opción; la sabiduría no es mejor o peor que nada. Es una trinchera, una bandera, una credencial de poder.

Yo tengo la esperanza de que llegará el día en que anhele morir. Deseo cansarme de mí mismo, de convivir conmigo todos los días; espero hartarme de lo que ahora apenas me molesta, o hasta me parece simpático. Aspiro a darme asco al verme en el espejo.

En el tren se teje cierta metáfora.

Al llegar a Retiro, del lado de adentro, se ve a la gente, con esas jetas cansinas y bobas, esperando el tren que nos trae, que es el que los lleva a ellos (¿a dónde irán?). Ellos nos miran desde el andén, en filita, con el único anhelo de subir al tren y ganar un asiento, son capaces de degollarte en la carrera. Desde afuera, los que llegamos, parecemos vaquitas; y los que esperan: peces, infrahumanos, andrajos de lo que alguna vez aparentó ser una especie prometedora.

La diferencia radica en que nosotros ya llegamos, ya estamos en destino y a ellos les falta subir al tren, ganar el asiento, hacer todo el viaje y llegar. Ellos nos detestan por eso, nos aborrecen. Nos envidian. Saben que tarde o temprano los roles se invierten pero todos vivimos del odio.

Después de eso viene el subte. Y sucede lo mismo.

jueves, noviembre 08, 2007

Me dieron ganas de escribir. Estaba en el baño, sí cagando, leyendo una entrevista a José Nun y escuchando la radio y me dieron ganas de escribir algo. No sé qué. No tengo método. Serán ganas de dejar constancia de mí. No es un anhelo -una patología, una desesperación, el horror de la vida- original ni mucho menos. Nadie es original. Todos somos farsantes, malvados, torturadores. Cobardes. La hidalguía, el espíritu noble, la dignidad humana... todo ese tipo de cosas son esfuerzos apenas bienintencionados de algunos voluntariosos. Lo lamento, viejo, hoy estoy así.
Pienso en papá a menudo. Pienso en que está muerto. Cuando lo vi en la camilla de la clínica, tendido, cubierto hasta el mentón por una sábana blanca, muy blanca y pulcra, muy respetuosa de la muerte de papá, me morí con él, compartí su no corporeidad, su ausencia en el tiempo; papá está ya fuera del tiempo, es una imprecisión, es acaso un cúmulo de dudas, de imposibles humanos. Bueno, les estaba diciendo, me pasmé hasta hoy al verlo ahí. Ah, no, lo que les quería decir era esto: papá murió en terapia intensiva, en una habitación grande, compartida con varios moribundos como él, pero se lo llevaron a un cuarto contiguo, angosto, con las máquinas desconectadas, en desuso (aparentemente, era el cuarto destinado a albergar provisoriamente a los finados). Y en ese "ensayo de nicho" lo acostaron prolijamente boca arriba, desnudo. Y acá viene la perlita del asunto: la sábana virginal lo cubría cuidadosamente hasta el mentón para esconder el tumor horroroso que tenía en el cuello. Hasta se percibía la solemne precaución del enfermero extendiendo la primera mortaja de papi. Tenía una pelota playera en la graganta el tipo. Era monstruoso. A eso me refería cuando dije que papá tuvo una muerte digna hasta ahí nomás. Es largo de explicar. Morir es una acción bastante ridícula, ver a alguien en el momento de su muerte es ser testigo privilegiado de la insensatez de la vida humana, de la debilidad, la estupidez. Eso es inevitable. Lo que yo digo es que los últimos años de la vida de papá fueron bastante indignos por su necedad. Por no haberse sacado esa bola cancerígena de mierda del cuello. El hombre vivió veinticinco años, digamos los últimos años de su vida, con un tumor. Empezó como un quiste cebáceo o algo así, no se lo sacó... bueno, imaginarán: la bola esa creció y se metamorfoseó en un quiste asesino. Se trata de un asesino con una suerte particular. Su víctima estuvo poseído por el deseo de morir. O peor aun. Qué bárbaro, lo de papá fue extraordinario. Sigan leyendo porque lo que viene es breve pero jugosísimo.
Papá era un hombre incompleto. Uno de los adultos más inmaduros que conocí en mi vida. Era un adolescente en plena bobera. De verdad*. No tenía la más mínima capacidad de elección. Desde qué camisa ponerse hasta qué... no sé, piensen en la decisiones más trascendentes, claves que un hombre debe adoptar en su vida. ¿Ven? Yo heredé esa incapacidad. No pude arriesgar cuál es una de las "decisiones" que debe tomar un hombre en su vida. Podría decir diez, veinte, pero nunca una. No puedo decidirme por una palabra. Tuve que comprometerlos a ustedes, responsabilizarlos de una palabra de la que yo no fui digno. Creo que cuando uno pierde algo no hay vuelta atrás. Se puede hallar lo perdido pero será diferente. Habrá cambiado. Al estar ausente en nuestras vidas por algún tiempo, lo perdido se transforma, nos traiciona un poco. Recuperamos retazos deluidos de lo perdido. Yo creo que entre las personas pasa eso. Sobre todo con los llamados "seres queridos". Mientras transcurre la vida (mientras transcurre la muerte) cada uno de nosotros se va perdiendo con respecto al otro. Es decir, vamos desapareciendo. Nos alejamos los unos de los otros. La percepción mutua es cada vez más difusa. La consideración del otro se va licuando. Nos volvemos más primitivos. Nos bestializamos. La vida es el camino hacia el estado salvaje por excelencia. No sé si nacemos superiores. Pero creo que, por lo menos, nacemos en un estado relativamente neutro. La historia de siempre: la cultura arruina todo.
Chau, después sigo.

*Siempre lo voy a aclarar. El giro "de verdad" lo adopté desde que leí "El guardián en el centeno", de Salinger. Me parece una afirmación justísima. Sencilla, hasta infantil, pero es muy precisa. Al utilizar "de verdad" uno está pidiendo que le crean, es el último recurso, el más económico, para dar garantía de veracidad acerca de lo que se está diciendo al interlocutor. Ahora que lo pienso, es una especie de ruego mendicante.