viernes, junio 30, 2006

MIEDO

EL MIEDO, el cagazo, el fruncimiento del ojete es inherente al hombre y, casi la principal causa de sus vicisitudes, de su inclinación a seguir viviendo para autocondenarse a muerte.
Tomasito Hobbes sustentó gran parte de la argumentación de su LEVIATÁN en que el hombre permanentemente está temeroso de morir de manera violenta. En manos de otros hombres. Y por eso es que, según él, vivimos en un estado de guerra ininterrumpido. Ahí es cuando aparece el Estado (LEVIATÁN, monstruo omnipotente) cohercitivo que subyuga a todos los hombres y los encausa en un sistema de premios y castigos. Sobre todo castigos. Somos como bestias en continua alarma por si nos matan.
Y aún en la consabida "civilización" estamos en estado de guerra. Y dice Hobbes: no olvidamos nunca cerrar rigurosamente la puerta de nuestra casa con llave y, como lo más natural del mundo, vivimos celosos de nuestra propiedad privada. Y el Estado puede castigar de los modos más cruentos a aquellos que osen pervertir nuestra vida hipócritamente apacible.
Es decir, nuestra naturaleza violenta, represiva, de guerreros (ahora urbanos, por lo menos aquí), carnívora, está determinada por el temor, por el miedo a morir de manera violenta. Foucault, en su Genealogía del Racismo, invoca a Hobbes para marcar el sendero de su concepción teórica acerca del origen del racismo. EL MIEDO.
Precisamente -y sin intención alguna que, de existir, sería propia de los más ignaros y canallas- en Alemania (como en muchas otras partes del mundo) la historia de la humanidad ha dejado las huellas dolientes del racismo. Allí hubo temor, miedo, cosquilleo lacerante en panza-pecho.
Pero por estos días ha habido, parece ser, una proyección o un traslado del temor terrible, del miedo a morir de manera violenta acaso. Y lo siento yo. El partido con Alemania nos será una especie de muerte violenta de 90 minutos. Como estar divisando sin llegar nunca la célebre luz que nos confirma nuestro deceso -en este caso y nunca más oportunamente, la palabra es occisión.
Muchos ya están notificados de mi espantoso temor, de mi miedo cortante de entrañas. Y, precisamente, en manos de los bárbaros. Pero en este Mundial los bárbaros somos nosotros. Bárbaro: para los romanos, todo aquel que fuera extranjero; elucubro yo, todo aquel que pudiese ser una amenaza. Qué sé yo. ¿Amenaza nosotros? Siendo una amenaza, ¿los "peligrosos" sienten el cagazo que yo siento Si es así, prefiero ser inofensivo. Porque esto es muy feo, che. Y bueh... Uno ve a los teutones estos del fúlbo´ y es como si te recorriera inesperadamente un chorro de agua helada por la espalda en pleno junio. Y estamos en junio. Y me está corriendo un agua o un no sé qué por la espalda. ¡Puta madre! Se acercan los germanos. Poción mágica gala, para nosotros no. ¡Negociemos, Don Inodoro!

miércoles, junio 28, 2006

a las palabras negras del misterioso


gracias por tus palabras de aliento (buen aliento, por cierto) pero creo que, como dijo el "loco" Beckett, las palabras nos vuelven sordos a esos ruiditos. Claro, querrás saber a qué ruiditos... pero ese es el misterio... el misterio... para tí hay misterio mensajero misterioso. Gracias por tus nobles y loables mentiras, que son las mejores.

pablónidus

viernes, junio 23, 2006

¡Publicite aquí!

Según un amigo de un vecino que conoce al primo de un conocido mío, un tal Pablo Mera está preparando su primer libor de poemas, que es, en realidad su primer libro. También mencionó algo de un libro de cuentos y de una novela pero, a esa altura, yo ya estaba dormido. ¡Atenti, entonces!

Mensaje del hermano del cantante de Memphis

Este blog es un bosta pero yo lo leo porque tiene punch...

Ellas y yo

Y el mismo asunto se presentó en las dos oportunidades que le dieron. La curiosidad del imprevisto. Finalmente, clamó por el clamor popular y fue parte de la opinión pública, la opinión pública que gritaba a viva (muerta) voz que todos los que escucharan esa opinión pública eran unos hijos de re mil puta.
Naturalmente, las encuestadoras, medidoras de opinión, se hicieron eco de tales humores (y del tumor de Thales), pero, se sabe, el eco sólo nos trae las últimas, si no la última, de las sílabas de lo que se ha dicho. Y, en vistas de aquellas tetas, pensé: cuando se habla y se dice algo que después sobrevive brevemente en un eco, ¿se le está hablando involuntariamente al eco inminente o a la nada en la que, luego, se entromete el eco? ¿O a las tetas? Bueno, lo de las mamas, me decía violentamente la dama poseedora de las mismas, no era asunto mío. En un intento por convencerla, oscilando así los brazos y las muñecas, le dije que ¡sí! porque era ahí, precisamente, donde mi voz moría para nacer en un eco. Bueno, caballero (no empleó el término caballero, sino el de "pajero de mierda", que, por obvias razones no incluí en el texto salvo por este paréntesis de aclaración que, en rigor, sí es parte del texto, lo que finalmente traiciona mis puras e hipócritas intenciones de pulcritud literaria, pulcritud literaria que, por suerte, me meto en el orto), si usted continúa hablándome así, a los gritos, más eco se forma, y cuanto más eco se forma, más... usted sabe. Sí, lo sé, le bambolean las tetas. Y en ese instante colmado por la palabra tetas y no por otra ni otras en todo el mundo, en nada del no mundo, surgió desde el piso del lugar en el que estábamos, que no era otro que este lugar en donde estoy ahora, que sigue siendo aquel lugar en donde ella y yo estábamos, un mandarín desnudo que impartía órdenes en perfecto y obvio cantonés. Sonriendo le pregunté qué pensaba de lo que yo le estaba contestando a la mujer-tetas con estas exactas palabras: ¿Qué piensa de lo que yo le estoy contestando a la mujer-tetas? El mandarín, soberbio, parpadeando con cuatro de sus ojos, me espetó en perfecto español moderno: "sólo comprendo francés canadiense".
Grité la palabra guillotina con estas exactas palabras: ¡Guillotina!
Y caí degollado no sin antes morirme.