MIEDO
EL MIEDO, el cagazo, el fruncimiento del ojete es inherente al hombre y, casi la principal causa de sus vicisitudes, de su inclinación a seguir viviendo para autocondenarse a muerte.
Tomasito Hobbes sustentó gran parte de la argumentación de su LEVIATÁN en que el hombre permanentemente está temeroso de morir de manera violenta. En manos de otros hombres. Y por eso es que, según él, vivimos en un estado de guerra ininterrumpido. Ahí es cuando aparece el Estado (LEVIATÁN, monstruo omnipotente) cohercitivo que subyuga a todos los hombres y los encausa en un sistema de premios y castigos. Sobre todo castigos. Somos como bestias en continua alarma por si nos matan.
Y aún en la consabida "civilización" estamos en estado de guerra. Y dice Hobbes: no olvidamos nunca cerrar rigurosamente la puerta de nuestra casa con llave y, como lo más natural del mundo, vivimos celosos de nuestra propiedad privada. Y el Estado puede castigar de los modos más cruentos a aquellos que osen pervertir nuestra vida hipócritamente apacible.
Es decir, nuestra naturaleza violenta, represiva, de guerreros (ahora urbanos, por lo menos aquí), carnívora, está determinada por el temor, por el miedo a morir de manera violenta. Foucault, en su Genealogía del Racismo, invoca a Hobbes para marcar el sendero de su concepción teórica acerca del origen del racismo. EL MIEDO.
Precisamente -y sin intención alguna que, de existir, sería propia de los más ignaros y canallas- en Alemania (como en muchas otras partes del mundo) la historia de la humanidad ha dejado las huellas dolientes del racismo. Allí hubo temor, miedo, cosquilleo lacerante en panza-pecho.
Pero por estos días ha habido, parece ser, una proyección o un traslado del temor terrible, del miedo a morir de manera violenta acaso. Y lo siento yo. El partido con Alemania nos será una especie de muerte violenta de 90 minutos. Como estar divisando sin llegar nunca la célebre luz que nos confirma nuestro deceso -en este caso y nunca más oportunamente, la palabra es occisión.
Muchos ya están notificados de mi espantoso temor, de mi miedo cortante de entrañas. Y, precisamente, en manos de los bárbaros. Pero en este Mundial los bárbaros somos nosotros. Bárbaro: para los romanos, todo aquel que fuera extranjero; elucubro yo, todo aquel que pudiese ser una amenaza. Qué sé yo. ¿Amenaza nosotros? Siendo una amenaza, ¿los "peligrosos" sienten el cagazo que yo siento Si es así, prefiero ser inofensivo. Porque esto es muy feo, che. Y bueh... Uno ve a los teutones estos del fúlbo´ y es como si te recorriera inesperadamente un chorro de agua helada por la espalda en pleno junio. Y estamos en junio. Y me está corriendo un agua o un no sé qué por la espalda. ¡Puta madre! Se acercan los germanos. Poción mágica gala, para nosotros no. ¡Negociemos, Don Inodoro!
Tomasito Hobbes sustentó gran parte de la argumentación de su LEVIATÁN en que el hombre permanentemente está temeroso de morir de manera violenta. En manos de otros hombres. Y por eso es que, según él, vivimos en un estado de guerra ininterrumpido. Ahí es cuando aparece el Estado (LEVIATÁN, monstruo omnipotente) cohercitivo que subyuga a todos los hombres y los encausa en un sistema de premios y castigos. Sobre todo castigos. Somos como bestias en continua alarma por si nos matan.
Y aún en la consabida "civilización" estamos en estado de guerra. Y dice Hobbes: no olvidamos nunca cerrar rigurosamente la puerta de nuestra casa con llave y, como lo más natural del mundo, vivimos celosos de nuestra propiedad privada. Y el Estado puede castigar de los modos más cruentos a aquellos que osen pervertir nuestra vida hipócritamente apacible.
Es decir, nuestra naturaleza violenta, represiva, de guerreros (ahora urbanos, por lo menos aquí), carnívora, está determinada por el temor, por el miedo a morir de manera violenta. Foucault, en su Genealogía del Racismo, invoca a Hobbes para marcar el sendero de su concepción teórica acerca del origen del racismo. EL MIEDO.
Precisamente -y sin intención alguna que, de existir, sería propia de los más ignaros y canallas- en Alemania (como en muchas otras partes del mundo) la historia de la humanidad ha dejado las huellas dolientes del racismo. Allí hubo temor, miedo, cosquilleo lacerante en panza-pecho.
Pero por estos días ha habido, parece ser, una proyección o un traslado del temor terrible, del miedo a morir de manera violenta acaso. Y lo siento yo. El partido con Alemania nos será una especie de muerte violenta de 90 minutos. Como estar divisando sin llegar nunca la célebre luz que nos confirma nuestro deceso -en este caso y nunca más oportunamente, la palabra es occisión.
Muchos ya están notificados de mi espantoso temor, de mi miedo cortante de entrañas. Y, precisamente, en manos de los bárbaros. Pero en este Mundial los bárbaros somos nosotros. Bárbaro: para los romanos, todo aquel que fuera extranjero; elucubro yo, todo aquel que pudiese ser una amenaza. Qué sé yo. ¿Amenaza nosotros? Siendo una amenaza, ¿los "peligrosos" sienten el cagazo que yo siento Si es así, prefiero ser inofensivo. Porque esto es muy feo, che. Y bueh... Uno ve a los teutones estos del fúlbo´ y es como si te recorriera inesperadamente un chorro de agua helada por la espalda en pleno junio. Y estamos en junio. Y me está corriendo un agua o un no sé qué por la espalda. ¡Puta madre! Se acercan los germanos. Poción mágica gala, para nosotros no. ¡Negociemos, Don Inodoro!